Entre los años 1880 y 1914, el desarrollo industrial se extendió
a nuevos países y adquirió un ritmo acelerado. Este fue
de tal magnitud que muchos historiadores han denominado este período
como el de "la segunda revolución industrial".
El progreso científico y la aplicación tecnológica.
Como vimos, las industrias textiles y siderúrgicas fueron las
primeras en desarrollarse. Los ingleses contaban con abundante algodón
proveniente de la India a bajo precio, por lo que crearon grandes
manufacturas textiles que terminaron por desplazar al lino
y a la lana en la confección del atuendo entre los europeos.
Para ello, desde mediados del s. XVIII, contaron con la progresiva aparición
de nuevos inventos que facilitaron una rápida y abundante producción.
Se comenzó con el descubrimiento de la lanzadera volante, siguieron los diversos tornos de hilar que permitieron a un obrero trabajar varios husos a la vez, continuaron con el telar mecánico y se combinaron de tal forma estos diversos inventos que la cantidad de productos fabricados superó ampliamente la demanda tradicional. Esta situación convirtió a Inglaterra en un país exportador y en el verdadero taller del mundo en la primera mitad del s. XIX.
El invento y la aplicación de la máquina a vapor
abrió enormes posibilidades al desarrollo tecnológico que
no dejó de progresar durante todo el s. XIX.. A fines del siglo,
el alemán Daimler inventó el motor de combustión
interna; entre 1900 y 1914, el automóvil y el avión se perfeccionaron
gracias al motor Diesel. Al mismo tiempo, la electricidad empezó
a utilizarse con fines industriales. Los estudios científicos,
estimulados por los gobiernos en las universidades y financiados por las
empresas, lograron obtener algunas materias con procedimientos químicos
realizados en los laboratorios. Estos nuevos productos, como el caucho
y el salitre sintético, abrieron un campo ilimitado al desarrollo
científico y tecnológico.
El avance de los medios de comunicación.
Uno de los acontecimientos más destacados durante la segunda mitad
del s. XIX, fue la población y colonización de nuevas tierras.
Trece millones de europeos se desplazaron a los Estados Unidos, otros
se dirigieron a Australia y al algunos países de Sudamérica.
California y Australia ejercieron especial atractivo sobre los buscadores
de oro. Este sorprendente movimiento migratorio se pudo realizar porque
los transportes se abarataron y facilitaron a los campesinos, que no encontraban
trabajo en las ciudades europeas, el traslado a tierras donde existían
mejores expectativas laborales. En 1869, se abrió el Canal de Suez
que acercó Europa al Lejano Oriente; más tarde, se construyó
el ferrocarril en el Istmo de Panamá y, finalmente, se construyó
en 1914 el canal que une el Atlántico con el Pacífico.
La aplicación de la fuerza del vapor a la navegación que
iniciara Fulton en 1807 y la generalización de la hélice
desde 1885 aumentaron las posibilidades de carga y de velocidad en el
tráfico marítimo. Los meses que se tardaban para viajar
entre dos puntos se redujeron a semanas. El ferrocarril, de invención
más tardía, trajo similares consecuencias y se erigió
en el símbolo del progreso. Puso en contacto las zonas rurales
interiores con las ciudades costeras y permitió unir las regiones
más distantes de los extensos estados que surgieron en la segunda
mitad del s. XIX. Los ferrocarriles que unieron Moscú con Vladivostock
en el imperio ruso, y el transoceánico que unió Nueva York
con San Francisco, dieron vida a inmensos y productivos territorios continentales.
La información se vio también favorecida por nuevos
sistemas: el telégrafo eléctrico, iniciado en 1844 y el
teléfono en 1876, se unieron al sistema de franqueo postal introducido
desde 1840. Todos estos adelantos contribuyeron al acortamiento de las
distancias y al mejor aprovechamiento del tiempo, acercaron a los hombres
y cambiaron las relaciones económicas entre los pueblos y las empresas.
El apogeo del capitalismo.
El nuevo sistema industrial exigió un cambio en el mundo
de las finanzas. Las antiguas sociedades integradas con capitales familiares
fueron cediendo ante la aparición de las grandes sociedades anónimas,
indispensables para costear los gastos que demandaban la fabricación
de las máquinas y la construcción de los ferrocarriles.
Gracias a esta concentración del capital, se formaron los grandes
bancos internacionales y el crédito permitió emprender obras
cada vez más costosas y más rentables. Así se fue
afirmando progresivamente a lo largo del s. XIX un sistema económico
en el que la dirección de las empresas pertenecía exclusivamente
a los poseedores del K: el capitalismo. A ello colaboraron diversos
factores: la libertad de enriquecimiento que benefició a quienes
poseían la capacidad empresarial, la economía de mercado
basada en el libre juego de la oferta y la demanda en la fijación
de precios y salarios, así como la formación de las nuevas
sociedades anónimas capaces de concentrar el capital indispensable
para financiar los elevados costos del maquinismo.
Las trasformaciones sociales.
La revolución industrial tuvo hondas repercusiones en la sociedad.
La burguesía desplazó definitivamente a la nobleza como
clase rectora en los países occidentales. Los Lores ingleses, sin
abandonar su carácter y conservando algunos de sus privilegios,
se mezclaron con los burgueses y compartieron con éstos las ventajas
del auge económico. En Francia y los Países Bajos la nobleza
desapareció como grupo privilegiado. En Alemania, los nobles tuvieron
que conformarse con hacer carrera en el ejército y en la diplomacia.
Solamente en Rusia, escasamente industrializada, mantuvieron sus privilegios
hasta el s. XX. En cambio, la burguesía —integrada por los
empresarios industriales y los banqueros (alta burguesía), por
profesionales como médicos, ingenieros o abogados, y por los comerciantes
y pequeños empresarios (mediana y pequeña burguesía)—
impuso su concepción de la vida, sus costumbres y valores. Estos
giraron en torno a la riqueza y exaltaron las virtudes del ahorro metódico,
de la constancia en el trabajo y del respeto del orden establecido.
El campesinado, arrojado del campo por la creciente mecanización
de las actividades agrícolas, emigró a las ciudades y, junto
al artesano empobrecido por el nuevo sistema fabril, dio origen a la nueva
clase social: el proletariado obrero.
El proletariado y la cuestión social.
La concentración fabril agrupó a los trabajadores, les
hizo sentirse solidarios de sus problemas y tomar conciencia de los mismos
para buscarles solución. El proletariado se encontró sometido
a duras condiciones que empezaron a conocerse gracias a los informes de
médicos y sociólogos a partir de 1830. El trabajo se realizaba
en jornadas superiores a las 15 horas diarias en fábricas inhóspitas.
Algunos empresarios preferían, por razones de economía,
contratar a mujeres y niños. El salario se regía por la
ley de la oferta y la demanda, era bajo e inseguro. Tampoco existían
leyes de previsión social ni sobre accidentes del trabajo. En ciertos
casos, las condiciones de las viviendas obreras eran insalubres y favorecían
las enfermedades.
El estado burgués, imbuido de la ideología liberal, consideraba
que toda intervención para solucionar los problemas surgidos entre
el capital y el trabajo era inútil, perjudicial e injusta, porque
en toda actividad debían respetarse las leyes naturales y no limitar
la libertad de los individuos. Aunque en Inglaterra, en 1802, se prohibieron
los horarios que excedieran las 12 horas, y en 1819 el trabajo de niños
menores de 10 años, solamente a mediados del siglo los gobiernos
publicaron las primeras leyes sociales favorables a los obreros. Estas
disposiciones fueron resultado de la presión de algunos intelectuales
cuyos escritos despertaron un sentimiento humanitario, y de los movimientos
organizados de los trabajadores. Las primeras fueron las diversas corrientes
del "socialismo utópico". Entre sus exponentes se destacaron
: Saint-Simon, Fourier, Proudhon, Owen.
Estimados colegas interesante tema ya que permite a los estudiantes conocer los procesos y cambios de la revolución industrial. Saludos.
ResponderEliminarBuena reseña histórica analizada y desarrollada punto por punto que deja bien claro el auge de la revolución industrial en su segunda etapa.
ResponderEliminar