La Revolución Industrial.
viernes, 29 de junio de 2012
domingo, 24 de junio de 2012
Segunda Revolución Industrial...
Entre los años 1880 y 1914, el desarrollo industrial se extendió
a nuevos países y adquirió un ritmo acelerado. Este fue
de tal magnitud que muchos historiadores han denominado este período
como el de "la segunda revolución industrial".
El progreso científico y la aplicación tecnológica.
Como vimos, las industrias textiles y siderúrgicas fueron las
primeras en desarrollarse. Los ingleses contaban con abundante algodón
proveniente de la India a bajo precio, por lo que crearon grandes
manufacturas textiles que terminaron por desplazar al lino
y a la lana en la confección del atuendo entre los europeos.
Para ello, desde mediados del s. XVIII, contaron con la progresiva aparición
de nuevos inventos que facilitaron una rápida y abundante producción.
Se comenzó con el descubrimiento de la lanzadera volante, siguieron los diversos tornos de hilar que permitieron a un obrero trabajar varios husos a la vez, continuaron con el telar mecánico y se combinaron de tal forma estos diversos inventos que la cantidad de productos fabricados superó ampliamente la demanda tradicional. Esta situación convirtió a Inglaterra en un país exportador y en el verdadero taller del mundo en la primera mitad del s. XIX.
El invento y la aplicación de la máquina a vapor
abrió enormes posibilidades al desarrollo tecnológico que
no dejó de progresar durante todo el s. XIX.. A fines del siglo,
el alemán Daimler inventó el motor de combustión
interna; entre 1900 y 1914, el automóvil y el avión se perfeccionaron
gracias al motor Diesel. Al mismo tiempo, la electricidad empezó
a utilizarse con fines industriales. Los estudios científicos,
estimulados por los gobiernos en las universidades y financiados por las
empresas, lograron obtener algunas materias con procedimientos químicos
realizados en los laboratorios. Estos nuevos productos, como el caucho
y el salitre sintético, abrieron un campo ilimitado al desarrollo
científico y tecnológico.
El avance de los medios de comunicación.
Uno de los acontecimientos más destacados durante la segunda mitad
del s. XIX, fue la población y colonización de nuevas tierras.
Trece millones de europeos se desplazaron a los Estados Unidos, otros
se dirigieron a Australia y al algunos países de Sudamérica.
California y Australia ejercieron especial atractivo sobre los buscadores
de oro. Este sorprendente movimiento migratorio se pudo realizar porque
los transportes se abarataron y facilitaron a los campesinos, que no encontraban
trabajo en las ciudades europeas, el traslado a tierras donde existían
mejores expectativas laborales. En 1869, se abrió el Canal de Suez
que acercó Europa al Lejano Oriente; más tarde, se construyó
el ferrocarril en el Istmo de Panamá y, finalmente, se construyó
en 1914 el canal que une el Atlántico con el Pacífico.
La aplicación de la fuerza del vapor a la navegación que
iniciara Fulton en 1807 y la generalización de la hélice
desde 1885 aumentaron las posibilidades de carga y de velocidad en el
tráfico marítimo. Los meses que se tardaban para viajar
entre dos puntos se redujeron a semanas. El ferrocarril, de invención
más tardía, trajo similares consecuencias y se erigió
en el símbolo del progreso. Puso en contacto las zonas rurales
interiores con las ciudades costeras y permitió unir las regiones
más distantes de los extensos estados que surgieron en la segunda
mitad del s. XIX. Los ferrocarriles que unieron Moscú con Vladivostock
en el imperio ruso, y el transoceánico que unió Nueva York
con San Francisco, dieron vida a inmensos y productivos territorios continentales.
La información se vio también favorecida por nuevos
sistemas: el telégrafo eléctrico, iniciado en 1844 y el
teléfono en 1876, se unieron al sistema de franqueo postal introducido
desde 1840. Todos estos adelantos contribuyeron al acortamiento de las
distancias y al mejor aprovechamiento del tiempo, acercaron a los hombres
y cambiaron las relaciones económicas entre los pueblos y las empresas.
El apogeo del capitalismo.
El nuevo sistema industrial exigió un cambio en el mundo
de las finanzas. Las antiguas sociedades integradas con capitales familiares
fueron cediendo ante la aparición de las grandes sociedades anónimas,
indispensables para costear los gastos que demandaban la fabricación
de las máquinas y la construcción de los ferrocarriles.
Gracias a esta concentración del capital, se formaron los grandes
bancos internacionales y el crédito permitió emprender obras
cada vez más costosas y más rentables. Así se fue
afirmando progresivamente a lo largo del s. XIX un sistema económico
en el que la dirección de las empresas pertenecía exclusivamente
a los poseedores del K: el capitalismo. A ello colaboraron diversos
factores: la libertad de enriquecimiento que benefició a quienes
poseían la capacidad empresarial, la economía de mercado
basada en el libre juego de la oferta y la demanda en la fijación
de precios y salarios, así como la formación de las nuevas
sociedades anónimas capaces de concentrar el capital indispensable
para financiar los elevados costos del maquinismo.
Las trasformaciones sociales.
La revolución industrial tuvo hondas repercusiones en la sociedad.
La burguesía desplazó definitivamente a la nobleza como
clase rectora en los países occidentales. Los Lores ingleses, sin
abandonar su carácter y conservando algunos de sus privilegios,
se mezclaron con los burgueses y compartieron con éstos las ventajas
del auge económico. En Francia y los Países Bajos la nobleza
desapareció como grupo privilegiado. En Alemania, los nobles tuvieron
que conformarse con hacer carrera en el ejército y en la diplomacia.
Solamente en Rusia, escasamente industrializada, mantuvieron sus privilegios
hasta el s. XX. En cambio, la burguesía —integrada por los
empresarios industriales y los banqueros (alta burguesía), por
profesionales como médicos, ingenieros o abogados, y por los comerciantes
y pequeños empresarios (mediana y pequeña burguesía)—
impuso su concepción de la vida, sus costumbres y valores. Estos
giraron en torno a la riqueza y exaltaron las virtudes del ahorro metódico,
de la constancia en el trabajo y del respeto del orden establecido.
El campesinado, arrojado del campo por la creciente mecanización
de las actividades agrícolas, emigró a las ciudades y, junto
al artesano empobrecido por el nuevo sistema fabril, dio origen a la nueva
clase social: el proletariado obrero.
El proletariado y la cuestión social.
La concentración fabril agrupó a los trabajadores, les
hizo sentirse solidarios de sus problemas y tomar conciencia de los mismos
para buscarles solución. El proletariado se encontró sometido
a duras condiciones que empezaron a conocerse gracias a los informes de
médicos y sociólogos a partir de 1830. El trabajo se realizaba
en jornadas superiores a las 15 horas diarias en fábricas inhóspitas.
Algunos empresarios preferían, por razones de economía,
contratar a mujeres y niños. El salario se regía por la
ley de la oferta y la demanda, era bajo e inseguro. Tampoco existían
leyes de previsión social ni sobre accidentes del trabajo. En ciertos
casos, las condiciones de las viviendas obreras eran insalubres y favorecían
las enfermedades.
El estado burgués, imbuido de la ideología liberal, consideraba
que toda intervención para solucionar los problemas surgidos entre
el capital y el trabajo era inútil, perjudicial e injusta, porque
en toda actividad debían respetarse las leyes naturales y no limitar
la libertad de los individuos. Aunque en Inglaterra, en 1802, se prohibieron
los horarios que excedieran las 12 horas, y en 1819 el trabajo de niños
menores de 10 años, solamente a mediados del siglo los gobiernos
publicaron las primeras leyes sociales favorables a los obreros. Estas
disposiciones fueron resultado de la presión de algunos intelectuales
cuyos escritos despertaron un sentimiento humanitario, y de los movimientos
organizados de los trabajadores. Las primeras fueron las diversas corrientes
del "socialismo utópico". Entre sus exponentes se destacaron
: Saint-Simon, Fourier, Proudhon, Owen.
sábado, 23 de junio de 2012
Para entender la Revolución Industrial.
Orígenes de la Revolución Industrial en Inglaterra.
La Revolución
Industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, al cambiar
las condiciones de producción, indujo un enriquecimiento espectacular
que se fue generalizando con el correr de los años.
Un buen índice de este crecimiento fue su producción de
hierro: 60.000 ton. en 1780; 300.000 ton. en 1800 y 700.000 ton. en 1830.
Es el mayor cambio que ha conocido la producción de bienes desde
1800 en Inglaterra. La aparición de las máquinas, instrumentos
hábiles que utilizan energía natural en vez de humana, constituye
la línea divisoria entre dos formas de producción. La producción
maquinista creó las condiciones para la producción y el
consumo en masa, característicos de época actual, hizo surgir
las fábricas y dio origen al proletariado.
La revolución industrial es el cambio en la producción
y consumo de bienes por la utilización de instrumentos hábiles,
cuyo movimiento exige la aplicación de la energía de la
naturaleza. Hasta finales del siglo XVIII el hombre sólo había
utilizado herramientas, instrumentos inertes cuya eficacia depende
por completo de la fuerza y la habilidad del sujeto que los maneja. El
motor aparece cuando se consigue transformar la energía de la naturaleza
en movimiento. La unión de un instrumento hábil y un motor
señala la aparición de la máquina, el agente
que ha causado el mayor cambio en las condiciones de vida de la humanidad.
La aplicación de la máquina de vapor a los transportes,
tanto terrestres como marítimos, tuvo una inmediata repercusión
no sólo en procesos de comercialización, sino también
en la calidad de la vida, al permitir el desplazamiento rápido
y cómodo de personas a gran distancia.
La construcción de los ferrocarriles fue la gran empresa
del siglo XIX.
La tecnología.
A comienzos del siglo XVIII las telas que se fabricaban en Europa tenían
como materia prima la seda (un artículo de lujo, debido a su precio),
la lana o el lino. Ninguna de ellas podía competir con los tejidos
de algodón procedentes de la India y conocidos por ello como indianas
o muselinas. Para entonces, la producción de tejidos de
algodón en Inglaterra era insignificante y su importación
desde la India constituía una importante partida de su balanza
mercantil. Para competir con la producción oriental se necesitaba
un hilo fino y fuerte que los hiladores británicos no producían.
La primera innovación en la hilandería se produjo al margen
de estas preocupaciones: Hargreaves, un hilador, construyó el primer
instrumento hábil, la spinning-jenny (1763), que reproducía
mecánicamente los movimientos del hilador cuando utiliza una rueca
y al mismo tiempo podía trabajar con varios husos. El hilo fino
pero frágil que con ella se obtenía limitó su aplicación
a la trama de tejidos cuya urdimbre seguía siendo el lino. Continuó
por tanto la fabricación de tejidos de lino y la productividad
recibió nuevo impulso debido a las limitadas exigencias de la jenny
en espacio y energía.
Pocos años después surgía la primera máquina,
con la aparición de la estructura de agua de Arkwright
(1870), que recibe su nombre porque necesitaba la energía de
una rueda hidráulica para ponerse en movimiento.
Para entonces, Samuel Crompton había construido una máquina
nueva, inspirada en las anteriores, conocida como la mula, y que
producía un hilo a la vez fino y resistente. El grueso de un hilo
se mide por el número de madejas de 768,1 metros (840 yardas) que
se puede obtener con 453 gramos de algodón (una libra). Un buen
hilandero podía fabricar 20 madejas y la mula comenzó duplicando
esta cifra para pasar a 80 y poco después a 350, más de
268 km. El número de husos, que no pasaba de 150 en la primera
versión, alcanzó los dos mil al cabo de unos años
y todo ello se conseguía con el solo trabajo de un oficial y dos
ayudantes. La exportación de tejidos británica se multiplicó
por cien en los cincuenta años que siguieron a 1780.
A partir de la renovación de la hilandería se puso en marcha
un proceso que condujo a la mecanización de todas las etapas de
la producción de tejidos, desde la desmontadora de algodón,
fabricada en América por Eli Whitney, hasta las máquinas
que en Inglaterra limpiaban de cualquier impureza el algodón en
rama (trabajo especialmente penoso por el polvo que levantaba), el cardado
y la elaboración mecánica de los husos para la fabricación
de hilo. Una vez fabricado éste, los telares mecánicos,
desarrollados en Francia por Jacquard, sustituían ventajosamente
a los manuales tanto por la rapidez como por la calidad.
El blanqueado de la tela, que llevaba varias semanas, se redujo
a un par de días cuando al cambiar el siglo se descubrió
un procedimiento químico a base de clorina. El estampado,
que concluye el proceso, se hacía utilizando tacos de madera, que
se aplicaban manualmente, hasta que en 1785 se encontró un rodillo
que multiplicó la producción.
La demanda de energía que las máquinas textiles requieren
fue satisfecha inicialmente recurriendo al método tradicional de
las ruedas hidráulicas y las primeras fábricas se establecieron
en las orillas de los ríos, tomando el nombre de molinos. La irregularidad
de la corriente aconsejaba buscar una fuente independiente de energía.
Las experiencias para conseguir un motor capaz de elevar el agua, mediante
el vacío producido por la condensación del vapor, habían
llegado, a mediados del siglo XVII, a una primera formulación,
desarrollada por Savery en una máquina eficaz, aunque de escasa
potencia y limitada aplicación.
Newcomen combinó la presión de vapor con la atmosférica
para producir una máquina mucho más eficaz, aunque muy costosa
por la cantidad de combustible que requería el calentar y enfriar
sucesivamente el cilindro en el que se iniciaba el movimiento. En la universidad
de Glasgow enseñaba Black, quien había descubierto la existencia
del calor latente de vaporización, principio que venía
a explicar la gran cantidad de agua que se necesitaba para conseguir la
condensación del vapor.
Pero el doctor Watt fue quien dirigió sus trabajos para independizar
las dos etapas del proceso (vaporización y condensación)
de modo que no hubiera pérdida de energía. La construcción
de un condensador independiente, que permanecía constantemente
frío, en tanto el cilindro estaba siempre caliente, puso fin al
despilfarro de carbón. La utilización de un cilindro de
doble efecto permitió prescindir de la presión atmosférica
en tanto la aplicación de altas presiones, sin las cuales no había
posibilidad de aplicar el motor a un vehículo, se encuentra en
el origen de la locomoción mecánica. De entrada, la máquina de vapor vino a resolver el problema
planteado por el drenaje de las minas y, junto con la lámpara de
seguridad de Davy (1815), permitió abrir pozos cada vez más
profundos y explotar aquellos que habían sido abandonados por las
dificultades y riesgos que implicaba la explotación.
En cuanto al hierro, su demanda estaba limitada por la dificultad de
transformar el mineral. éste se presentaba combinado con oxígeno
cuya eliminación se realizaba mediante combustión en altos
hornos. La masa fluida que se obtenía en la parte inferior estaba
llena de impurezas que eran eliminadas mediante el afinado, que le quitaba
el carbono sobrante, y el forjado, en el que los golpes de un martillo
hidráulico permitían homogeneizar su estructura.
La primera línea de mejora consistió en la sustitución
del carbón por el coque, que se obtiene mediante la combustión
incompleta del carbón para separar el sulfuro y el alquitrán.
La utilización de coque en la producción de hierro se realizó
con éxito a comienzos del siglo XVIII por Abraham Darby, pero sólo
se generalizó en la segunda mitad del siglo.
Una nueva técnica para mejorar la calidad del lingote fue el pudelado,
en el que la fusión se realizaba manteniendo separado el carbón
del mineral. El acero es el hierro sin otra impureza que uno por ciento
de carbono; hasta entonces se había conseguido en pequeñas
cantidades utilizando como materia prima un mineral de excepcional pureza.
La fundición del hierro en un crisol y a más altas temperaturas
permitió la producción masiva de acero y con ella la satisfacción
de toda clase de demandas procedentes de la propia industria.
Los cambios en la Agricultura.
El parlamento inglés, durante el transcurso del siglo XVIII, permitió
cercar las fincas en el campo abierto. El gasto que demandaba esta operación
favoreció a los hacendados más ricos y permitió la
aplicación de nuevas técnicas para incrementar la productividad
agrícola. Se empezó la rotación de cultivos suprimiendo
el sistema anterior de barbecho, se mejoraron las especies ganaderas gracias
al cruce de ejemplares seleccionados, se generalizó el cultivo
de nuevas especies, se mecanizaron las labores del campo, se aumentaron
las superficies cultivables desecando pantanos, y se logró un rendimiento
mayor con la utilización de abonos.
El ejemplo de Inglaterra fue seguido por los países europeos cuya
producción agrícola se duplicó entre 1840 y 1914.
Durante la misma época, en los extensos territorios de los Estados
Unidos, Canadá, Australia y Argentina se generalizó
el cultivo de cereales o la crianza de ganado, convirtiéndose estos
países en los abastecedores de Europa y del mundo entero. En los
países tropicales se intensificaron las plantaciones de caña
de azúcar, café y otros productos alimenticios, de algodón
y de otras materias primas que abastecieron las industrias europeas.
El crecimiento demográfico y su interrelación con el
desarrollo urbano.
La mejor alimentación, resultante de la diversificación
y de los mejores rendimientos de la agricultura, permitió disminuir
la mortalidad infantil y alargar la vida de los europeos. A ello también
contribuyeron los progresos de la medicina, especialmente el descubrimiento
y la aplicación de la Vacuna para atajar las epidemias periódicas
que diezmaban la población.
Los europeos casi se triplicaron en el transcurso del s. XIX, siendo
su crecimiento más notorio en los países industrializados.
Este aumento demográfico estuvo estrechamente unido al despegue
industrial, pues al elevarse la población se contó con abundante
mano de obra y un amplio mercado de compra que garantizaron las ganancias
indispensables para nuevas inversiones. El mejoramiento tecnológico
de la actividad agrícola liberó mano de obra y se produjo
el éxodo rural hacia los centros industriales. Las antiguas ciudades
fueron adquiriendo una nueva fisonomía, pues la aparición
de las fábricas y la aglomeración demográfica impusieron
cambios urbanísticos por las urgentes exigencias de distribución
de agua, servicios de alcantarillado, transportes, parques y lugares de
esparcimiento.
La organización del trabajo y los problemas sociales.
Las transformaciones económicas que originó la Revolución
Industrial alteraron las estructuras sociales vigentes desde la Edad Media.
En las zonas rurales, el campesino se desvinculó del señorío
feudal y se convirtió en un jornalero cuyo trabajo se retribuyó
con un salario. En las ciudades, el artesano que trabajaba su propio taller
se trasladó a las fábricas en calidad de obrero asalariado
y pasó a depender del propietario de las máquinas. Esta
nueva situación constituyó el germen de las alteraciones
campesinas y de las revoluciones obreras que acontecieron durante la segunda
mitad del s. XIX en Europa.
viernes, 22 de junio de 2012
Presentación.
La intención nuestra con este Blog, es abrir un
espacio para el intercambio de reflexiones, observaciones y opiniones
sobre temas relacionados con la "Revolución Industrial".
En torno a dicha Unidad, se irá desarrollando una síntesis de los contenidos más importantes. Brindando un análisis desde el contexto económico, político y social. Todo ello complementado con materiales didácticos (vídeos, animaciones, enlaces, etc.), y actividades finales para comprobar los aprendizajes (apuntes, guías de trabajo, mapas, etc.)
Los contenidos publicados de la Unidad, están abiertos a todas las sugerencias,
ampliaciones o correcciones de los estudiantes, la comunidad educativa en
general y de cualquier persona que desee aportar, con el fin de enriquecer este espacio.
De antemano, Muchas Gracias y esperamos que disfruten de este rincón dedicado a la Historia.
ATTE. Juan Ignacio Maureira Landero
Juan Pablo Navarro Briones
(Pedagógos en Historia y Ciencias Sociales).
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